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Aborrecidos de todos por causa de su nombre

La predicción de Jesús recogida por el evangelista (Mt. 10:22) no podía tener un cumplimiento más literal. Ni más amplio. Los cristianos han sido objeto de aborrecimiento y persecución en todos los tiempos, incluido el nuestro. Históricamente la Iglesia surgió del odio judío que llevó a su fundador al patíbulo de una cruz. Fortalecidos por el triunfo de su resurrección y por la acción confortadora del Espíritu Santo, los discípulos no cesaron de predicar a Cristo, lo que provocó contra ellos una reacción violenta de las autoridades de Jerusalén. Pronto los nombres de Esteban y Jacobo encabezarían la interminable lista de mártires que ha tenido la Iglesia.

A medida que el cristianismo fue extendiéndose en el imperio romano, las persecuciones fueron generalizándose. Aunque algunos emperadores fueron tolerantes para con los cristianos, otros los persiguieron, dos con saña infernal. Nerón los usó como chivo expiatorio para encubrir su responsabilidad en el incendio de Roma y como teas ardientes para iluminar por la noche los jardines de su palacio. Diocleciano planeó minuciosamente su estrategia para acabar con la fe cristiana: demolición de los lugares de culto y destrucción de todas las copias de las Sagradas Escrituras. A esta acción de las autoridades romanas se unía el fanatismo violento de un pueblo ignorante y fanático que a menudo atizó los fuegos de la oposición. Con todo, la Iglesia creció asombrosamente. Al final de este periodo se había demostrado que, como dijera Tertuliano, “la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”.

No cesaron definitivamente las persecuciones con la “conversión” de Constantino y la instauración del cristianismo como religión oficial del imperio en días de Teodosio. Con el transcurso del tiempo, la Iglesia, originalmente perseguida, se tornó perseguidora. Las cruzadas contra valdenses y albigenses y los excesos cruentos de la Inquisición son testimonio dramático de ello. Y bien sabido es que en países de mayoría católica la intolerancia religiosa y la opresión de las minorías disidentes ha tenido un encono singular. Algo parecido se ha visto -y se ve aún- donde la Iglesia Ortodoxa es mayoritaria y está encumbrada en las alturas del poder. Todavía en nuestros días los evangélicos en Grecia o en Rusia tienen serios problemas con las autoridades en el desarrollo de su obra. ¿Y qué diremos de la persecución de los cristianos auténticos bajo el régimen nazi o en los países comunistas? Vejaciones, torturas, cárceles, campos de concentración, reclusión en “clínicas” psiquiátricas, muerte han sido la experiencia de muchos creyentes en la segunda mitad del siglo XX. No es menor la prueba de los cristianos -particularmente de los evangélicos- en países de mayoría islámica o budista, como puede verse en el apéndice informativo al pie de este artículo.

Pero el aborrecimiento sufrido por los seguidores de Cristo hoy tiene en muchos lugares otras manifestaciones. No se les somete a violencia física, pero sí al desprecio y a una oposición tan ruda como intolerante. La sociedad de nuestros días está dominada por el relativismo, el pluralismo, el hedonismo y la permisividad. No se reconocen ni verdades ni valores absolutos. Lo que denota ideas avanzadas es la actitud de tolerarlo todo, respetar las opiniones y los patrones de conducta que cada uno adopte en el ejercicio de una libertad casi absoluta. Algunos de estos comportamientos incluso se justifican aunque no se asuman personalmente. Oponerse a esta mentalidad aduciendo razones religiosas es -se dice- señal inequívoca de oscurantismo, lo que provoca un alud de calificativos peyorativos. Quienes se sitúan en esa posición son retrógrados, fundamentalistas, reaccionarios, carcas, talibanes, poco más que subnormales, víctimas de una mente enfermiza. En este grupo son colocados frecuentemente los creyentes que reconocen a Cristo como Verdad absoluta y su Palabra como revelación de Dios, normativa, con plena autoridad para determinar el comportamiento ético.

Lo más grave es que esa corriente de pensamiento, a modo de quinta columna, se ha introducido en la Iglesia cristiana. En no pocos lugares ésta ha adoptado las “formas” de este mundo, contrariamente a la recomendación apostólica (Ro. 12:2). No es de extrañar que en vez de ver una Iglesia renovada se vea a menudo una Iglesia envejecida y arrugada. La claudicación de muchos cristianos ante las presiones ideológicas de la sociedad, avasalladoramente aumentadas por los medios de comunicación, ¿no será debida a un instinto que nos lleva a huir del reproche y la humillación? No es fácil soportar el vituperio por causa de Cristo. No lo ha sido nunca. Pero la capacidad de aguante muestra la calidad de nuestra fe.

Tenía razón Lutero cuando presentaba el Evangelio en la perspectiva de una theologia crucis, teología de la cruz, en contraste con la theologia gloriae, teología de la gloria, tan acariciada por quienes tienen una visión triunfalista de la Iglesia. En su día Moisés renunció a la gloria de la corte faraónica y escogió ser maltratado con el pueblo de Dios prefiriendo el sufrimiento al honor y el placer que su encumbrada posición en Egipto le proporcionaba (Heb. 11:24-27). El Señor Jesucristo no dejó lugar a dudas. No sólo dijo: Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. Añadió sentenciosamente: El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí (Mt. 10:38).

Apéndice informativo

Ofrecemos a nuestros lectores un resumen de noticias recientes facilitadas por la Comisión de Libertad Religiosa de la Alianza Evangélica Mundial sobre la persecución religiosa que en nuestros días todavía tiene lugar en diferentes países del mundo:

La Unión Europea ha denunciado violaciones del derecho de libertad religiosa en los siguientes países: Turkmenistán, Uzbekistán, Arabia Saudí, Afganistán, India y Pakistán. (podría añadirse China)


En Sri Lanka (Ceilán) grupos de fanáticos budistas han hecho declaraciones amenazantes contra las iglesias evangélicas, acusadas de convertir a la fe cristiana a los habitantes de zonas remotas “mediante métodos coercitivos y bárbaros”. Tal acusación es una calumnia, pero inflama los ánimos de los más exaltados, que atacan violentamente las iglesias. Un ejemplo: el domingo, 18 de febrero del año 2001, un grupo de extremistas, armado de porras y machetes, interrumpió brutalmente el culto de una iglesia cristiana en el distrito de Hingurangoda. Los asaltantes amenazaron a los fieles si continuaban asistiendo a la iglesia y predicando el Evangelio. Uno de los líderes de la iglesia fue conducido a un templo budista de la localidad y golpeado gravemente.


En Laos la persecución religiosa es promovida por el propio gobierno de la nación. En los últimos años los protestantes han sido blanco de su agresividad. En 1999 el régimen comunista laosiano declaró el cristianismo “el enemigo número uno del estado”. Y en el 2000 la Alianza Evangélica Mundial obtuvo varias copias del formulario usado por las autoridades comunistas para forzar a los conversos cristianos a abjurar del cristianismo y jurar lealtad al estado. La pena que se impone a quien se niega a ello es un tiempo indeterminado de duro encarcelamiento en condiciones extremadamente difíciles y miserables. El año pasado había alrededor de 60 cristianos encarcelados.


No menos adversa es la situación en Corea del Norte. Según un informe del Washington Post (10/04/2001), las condiciones de clandestinidad en que se desenvuelve la obra evangélica la hacen sumamente difícil, aunque no infructuosa. Antes de la partición había en el norte 3.000 iglesias; pero tras el triunfo comunista el gobierno cerró la mayoría de ellas. En la Corea septentrional la mayor parte de iglesias locales forman parte de lo que se conoce como “Iglesia subterránea”, no registrada oficialmente. Las “registradas” son pocas, y el gobierno las usa para su propaganda en el mundo exterior. Incluso, a fin de ofrecer una cara amable, las autoridades suelen invitar a sus cultos a los líderes eclesiásticos occidentales que visitan la capital. También se ha reabierto un seminario con 12 estudiantes. El edificio es toda una alegoría. Al entrar, puede verse un cuadro con la imagen de Jesús a un lado. En frente, en el lugar más prominente, se ven los retratos obligatorios de Kim Il Sung y Kin Jonh Il. Se nos ocurre una pregunta: ¿quién dirige la formación religiosa de los estudiantes, Jesús o los líderes comunistas?

Se calcula que unos 6.000 cristianos, a causa de su fe, están recluidos en cárceles norcoreanas, con pocas esperanzas de liberación.


En el continente hispanoamericano, azotado por convulsiones políticas, también son muchos los creyentes que sufren alguna forma de oposición violenta, a pesar de que en la mayoría de países constitucionalmente se reconoce y defiende el respeto a la libertad religiosa. En México (en el estado de Chiapas), a pesar de la actitud del gobierno -que defiende abiertamente la tolerancia y las buenas relaciones intrerreligiosas- y del obispo católico Arizmendi Esquivel, los evangélicos son objeto de graves vejámenes por parte de católicos fanáticos. Considerados como protestantes, los adventistas han sufrido últimamente una auténtica persecución. Veinticinco familias, con un total de 138 personas, fueron obligadas a abandonar sus hogares en el pueblo de Justo Sierra. Según Nuevo Siglo, revista del Consejo Latinoamericano de Iglesias, en uno de los templos adventistas los creyentes fueron atacados con palos y a golpes el 23 de febrero del 2001. Nuevo Siglo añade: “Los indígenas evangélicos del sureño estado de Chiapas, que constituyen la tercera parte de la población del estado, sufren desde hace tres décadas la persecución por parte de los tradicionalistas católicos y de los 'caciques' locales... Miles de evangélicos han tenido que abandonar sus aldeas y refugiarse en las ciudades.” (Núm. Abril 2001).


Los ejemplos reseñados no son una exposición exhaustiva de la persecución contra los cristianos evangélicos (en algunos países también contra otras confesiones). Podrían añadirse otros casos. Casi semanalmente se reciben noticias relativas a nuevos casos de intolerancia religiosa. Pero los mencionados son suficientes para ver que cientos de miles de hermanos nuestros están sufriendo en muchos países el “aborrecimiento” y las más variadas formas de agresión a causa de su fe. La Alianza Evangélica Mundial ha hecho bien en pedir a las iglesias evangélicas de todo el mundo que dediquen un domingo al año para orar especialmente por la Iglesia perseguida. La propuesta es digna de ser puesta en práctica, y no sólo un domingo al año. Sin olvidar lo señalado en el artículo: que los cristianos que vivimos en países democráticos en los cuales más o menos se respeta la libertad religiosa también somos aborrecidos por amplios sectores de una sociedad que presiona fuertemente contra la fe y la ética cristianas.

José M. Martínez
 


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