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Mayo 2008
Apologética y Evangelización
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Proclamando la esperanza de Cristo al mundo (I)

«Dejad toda esperanza». Así rezaba el letrero colgado a la entrada del infierno de Dante («La Divina Comedia»). Ésta parece también la situación de muchas personas hoy para quienes la vida se ha convertido en un infierno porque han perdido sus esperanzas. Y es que el ser humano vive de esperanza; la esperanza constituye el motor de la vida, es lo que nos mueve–motiva. Todos, cristianos y no creyentes, estamos de acuerdo en que la esperanza es indispensable para vivir. Dos citas nos recuerdan esta realidad:

  • Albert Camus, pensador existencialista ateo: «Quien no tiene esperanza y es consciente de ello, ya no tiene porvenir».
  • Emil Brunner, teólogo protestante: «La esperanza es a la existencia humana lo que el oxígeno es para los pulmones. Sin oxígeno, uno muere de asfixia. Sin esperanza, uno sufre por la sofocación de la desesperación, debido a un sentimiento de vacuidad, de lo absurdo de la vida».

Sólo la esperanza puede dar sentido a la vida y arrojar luz a los rincones más oscuros de la existencia. La falta de esperanza es un morir ya en vida. Pero la cuestión esencial es qué esperamos –o mejor aún– en quién esperamos y si nuestra esperanza tiene alguna base. Por ello, queremos en este artículo mirar más alto y más lejos, allá donde los ojos de la fe nos ayudan a encontrarnos con el Dios de esperanza y proclamar esta realidad al mundo.

La esperanza en tiempos de desesperación

Antes de proclamar el mensaje de esperanza en Cristo, hemos de conocer a nuestro destinatario, la sociedad en la que nos toca vivir. Sólo si conocemos su situación, sus necesidades y problemas, lograremos ser relevantes. Por ello debemos considerar, aunque someramente, el contexto actual:

«El pesimismo, el cinismo y el escepticismo son la atmósfera de la Europa contemporánea. El optimismo moderno basado en la idea de progreso (que caracterizó los últimos 50 años) se considera hoy un mito ingenuo. La Europa de hoy ha sido profundamente moldeada por un siglo de baños de sangre» (Stuart Mc Allister, apologeta evangélico contemporáneo). Algunas de estas sangrientas páginas las tenemos muy cerca en el tiempo; tal es el caso de la atroz matanza de Srebrenica, en la ex Yugoslavia, donde en un solo día fueron ejecutados todos los varones del pueblo, desde adolescentes hasta ancianos, dejando la escalofriante cifra de 6000 muertos a sangre fría.

Sí, la situación del mundo hoy se caracteriza por el temor y el escepticismo ante un futuro con muchos nubarrones y pocas señales de esperanza. ¿Es una afirmación exagerada, alarmista? No, hay evidencias muy cercanas –quizás en nuestras familias o en nuestras ciudades– de que el progreso moral del hombre no ha ido parejo a su avance material y científico. He aquí unos pocos ejemplos que son la consecuencia práctica de esta crisis:

  • La depresión, según la OMS, es la tercera enfermedad en importancia hoy, y dentro de 20 años, ocupará el segundo lugar.
  • El suicidio se ha convertido en una verdadera plaga entre la juventud, siendo la primera causa de muerte entre los 18–25 años.
  • La violencia y la agresividad en sus múltiples formas (escolar, doméstica, bandas juveniles etc.) están creando una situación de alarma en muchas ciudades donde el destruir por destruir es casi un «hobby».
  • Los trastornos de ansiedad afectan a un 20% de la población en España.
  • La fragilidad de las relaciones, en especial las más básicas y significativas como el matrimonio y la familia, abocan a muchos a la inseguridad sobre el futuro. La filosofía del «nada a largo plazo» destroza vidas y familias al minusvalorar y hasta ridiculizar la idea de compromiso y de fidelidad.

Si vivir con esperanza es siempre importante, se torna imprescindible en épocas de crisis. Decía el pensador español Unamuno: «De la desesperación es de donde nace –ha nacido siempre– la verdadera, la auténtica esperanza. La desesperación es el suelo de donde nace la esperanza verdadera, esa que va creando la fe que se espera».

Unamuno tiene parte de razón: cuando el hombre toca fondo, de ahí puede surgir esperanza; pero, esta «función esperanzadora de la desesperación», ¿es suficiente? ¿lleva a alguna parte? Según el pensador francés Edgar Morin, no es así: «Nos sentimos perplejos y desorientados desde que sabemos que no somos más que una bola de fuego que gira como una peonza en medio del espacio celeste».

Veamos ahora en qué consiste la esperanza que queremos proclamar a esta sociedad en crisis, ¿cuál es su contenido? El texto de Ro. 15:13 nos responde a tres preguntas básicas sobre la esperanza:

  • ¿De dónde viene? Su origen.
  • ¿Cómo se manifiesta? Sus efectos.
  • ¿Cómo se consigue? Su aplicación personal.

El origen de la esperanza: Dios

«El Dios de esperanza...» (Ro. 15:13)

Dios mismo es nuestra esperanza, Él en persona: «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo... alumbre los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado...» (Ef. 1:17–18).

La Historia desde el punto de vista bíblico es la historia de una esperanza, la esperanza de la salvación. Desde el principio Dios ha sido el dador de la esperanza:

Primero, a un hombre. El Dios personal busca al ser humano caído en el Edén para darle una palabra de esperanza: la primera promesa mesiánica (Gn. 3:15). Dios busca al hombre: ahí tenemos, por cierto, una diferencia singular entre el cristianismo y cualquier otra religión: una religión humana es el conjunto de esfuerzos que el hombre hace por llegar a Dios; va de abajo arriba. El cristianismo es exactamente lo contrario: el esfuerzo que Dios ha hecho por llegar al hombre (Heb. 1:1), va de arriba abajo. Por tanto, no todas las religiones son iguales.

Después, la esperanza se hace extensiva a todo un pueblo: «Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis» (Jer. 29:11).

Finalmente, culmina en Cristo y se hace extensiva para toda la humanidad: «Dios nos hizo renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo... para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible reservada en los cielos para vosotros» (1 Pe. 1:3–4).

Por ello, esta doxología (Ro. 15:13) constituye a la vez un resumen y una conclusión lógica de toda la epístola a los Romanos. Empezaba su argumento central con aquellas memorables palabras: «El Evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree...» (Ro. 1:16) y termina proclamando la esperanza inigualable de este mensaje.

Ahora bien, ¿qué esperanza proclamamos? ¿En qué consiste? Veamos el contenido, la sustancia de nuestra esperanza en Cristo. El texto nos presenta dos grandes facetas, inseparables como las dos alas de un pájaro:

  • Esperanza para hoy: su dimensión presente.
  • Esperanza para el futuro: su dimensión eterna.

(Estas facetas serán tratadas en los próximos Temas del mes.)

Pablo Martínez Vila
 

VII Congreso Evangélico EspañolEste tema es la primera parte de la transcripción de la predicación del Dr. Pablo Martínez Vila en la clausura del VII Congreso Evangélico Español (celebrado en Barcelona en Diciembre 2007).
Junio 2008: Proclamando la esperanza de Cristo al mundo (II)
Julio/Agosto 2008: Proclamando la esperanza de Cristo al mundo (III)


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