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Noviembre 2008
Psicología y Pastoral
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La fuerza de la debilidad (II)

La gracia transforma

«Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades... »

Uno de los efectos más importantes de la gracia en la vivencia del aguijón es su capacidad para producir cambios en la persona y en la situación. Esta idea la vemos en la frase «mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Co. 12:9). El verbo «perfeccionar» (el mismo que encontramos en Fil. 1:6) conlleva un sentido de maduración o crecimiento. Es importante observar la conjunción «por tanto», tan pequeña como significativa. Es el vínculo que une la breve respuesta de Dios que consideramos el mes anterior con la reacción de Pablo. Es decir, hay una clara relación de causa a efecto entre esta respuesta y las consecuencias sobre el apóstol. Cuando Dios habla al corazón, algo cambia.

Dios puede cambiar las circunstancias; y ello ciertamente ocurre a veces. Pero sobre todo Dios cambia a las personas. Y cuando esto sucede, incluso estas mismas circunstancias nos parecen distintas, como si de un paisaje nuevo se tratara. Esta fue la experiencia de Pablo. Su aguijón siguió siendo el mismo: el mismo dolor, la misma humillación. Pero algo ha cambiado de forma extraordinaria. En 2 Co. 12:10 el apóstol no parece ser la misma persona que escribe en 2 Co. 12:7. ¿Qué ha ocurrido? La gracia, este multiforme tesoro de recursos divinos, ha operado en Pablo una de sus funciones más propias: la transformación de actitudes.

El Espíritu Santo opera tres grandes cambios que configuran una profunda experiencia espiritual.

  • Cambia la óptica: los «prismáticos» de Dios
  • Cambian las actitudes: el aguijón pierde su veneno
  • Cambia la situación: Dios abre caminos en el desierto

Cambia la óptica: Los «prismáticos» de Dios

«Para que la fuerza y el poder de Cristo puedan montar una tienda de campaña sobre mí y morar en mí»

Dios no le quita a Pablo el aguijón, pero sí le quita los pensamientos negativos en relación con el mismo. Recordemos que el propósito de la terapia cognitiva es aprender a pensar positivamente. Para ello, el primer paso consiste en identificar y eliminar los pensamientos negativos. El siguiente paso, sembrar pensamientos positivos, aparece ahora en el texto con claridad. De hecho bastó con un solo pensamiento: «Mi poder se perfecciona en la debilidad». El Señor actuó con Pablo cual psicólogo perfecto.

Este pensamiento va creciendo, cual buena semilla, en la mente de Pablo. Con el tiempo llega el momento de dar fruto; ha asimilado la idea y la hace suya con convicción. Es entonces cuando ocurre un hecho decisivo para la aceptación del aguijón: cambia su óptica. Es como si el Señor le diera unas gafas nuevas, o mejor aún, unos prismáticos. Pablo ve la misma realidad, pero desde una óptica totalmente nueva, la lente le ha aumentado su campo de visión hasta límites inaccesibles para él sin la ayuda de los prismáticos. Ahora ve lo que Dios ve; su visión del aguijón se aproxima a la de Dios.

Y nos preguntamos, ¿qué ve Pablo ahora? Para ello, imaginemos el siguiente diálogo entre el apóstol y el Señor:

Pablo, lo que tú ves como un impedimento, es un instrumento útil en mis manos.
¿En qué forma, Señor? Me cuesta entenderlo.
El aguijón es una oportunidad para que mi poder repose sobre ti. Lo que tú ves como una maldición, es en realidad una bendición. Yo puedo usar algo malo para bien.

En síntesis, la óptica egocéntrica es cambiada por una óptica cristocéntrica. Antes, cuando Pablo miraba al aguijón, veía a un pobre hombre abrumado por el sufrimiento, una situación injusta e inmerecida. Se sentía desgraciado y quizás olvidado por su Señor. Ésta es la visión que nace de la introspección. Ahora, por el contrario, cada vez que sufre los azotes del aguijón, ve a Cristo y su poder «reposando» sobre él. Una versión traduce la misma idea de una forma más poética: «para que el poder de Cristo pueda montar su tienda de campaña sobre mí». Qué refrescante panorama en medio de la aridez del aguijón. Es la diferencia entre mirar al «sótano» de la vida «o alzar los ojos a las alturas donde está Dios».

Cambian las actitudes: el aguijón pierde su veneno

«Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades...»

De forma natural este cambio de óptica produce un cambio de actitudes. No olvidemos que todo ello arranca de la base de unas fuerzas renovadas. Siguiendo con nuestro diálogo imaginario, ahora Pablo dice:

Señor, esto es maravilloso; nunca había pensado que para ti todo era tan distinto. Ahora descubro que en mi debilidad está tu oportunidad. Si es así, de buena gana llevaré este problema. No sólo no me quejaré, sino que me gozaré porque sé que mis limitaciones son la ventana por la que irrumpe la fuerza de tu poder.

Descubrimos, por lo menos, tres actitudes que han cambiado en Pablo:

Gozo en vez de queja: «por lo cual, por amor a Cristo, me gozo más bien en mis debilidades...» (2 Co. 12:10). Recordemos que el gozo es mucho más profundo que un sentimiento. Es la convicción serena de que «en todas estas cosas somos más que vencedores» porque «nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús» (Ro. 8:37-39).

Sumisión voluntaria en vez de desafío: «por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades» (2 Co. 12:9). La lucha por deshacerse del aguijón deja paso a una sumisión plena a la «copa» que el Señor permite en su vida.

Adoración en vez de autocompasión. Aun cuando en el texto no aparece de forma explícita, la adoración viene implícita en estas actitudes del apóstol que glorifican a Dios. La adoración y la alabanza en la vida del creyente no quedan restringidas a momentos especiales, sino que son inseparables de toda su conducta, no son primeramente actividades sino actitudes.

Con estas actitudes nuevas, Pablo nos demuestra que el aguijón, aunque siga golpeándole de vez en cuando, ha perdido todo su veneno. Porque el mayor peligro del aguijón no estriba en el dolor físico que pueda causar, ni siquiera en sus alteraciones emocionales. Su efecto más devastador consiste en envenenar las actitudes llevando a la persona a la autocompasión, la rebeldía y la amargura. La persistencia de estas actitudes es la que acaba «matando» la ilusión de vivir. Por esta razón, para Dios es mucho más importante eliminar estas actitudes que quitar el aguijón. Pablo ha salido vencedor porque ha eliminado la ponzoña de su aguijón.

Cambia la situación: Dios abre caminos en el desierto

«He aquí que aquí yo hago cosa nueva;
pronto saldrá a luz...
Abriré camino en el desierto
y ríos en la tierra estéril» (Is. 43:19)

Hasta ahora hemos visto cómo la gracia transforma a las personas. Pero aun va más lejos que esto; la gracia puede cambiar situaciones y circunstancias. No nos referimos aquí a la adaptación normal que ocurre al final del proceso de ajuste, sino a cambios sobrenaturales operados por el poder de Dios.

La metáfora del desierto y la tierra baldía que el Señor utiliza en Isaías para dar a su pueblo esperanza de un futuro diferente se aplica muy bien a nuestro tema. El aguijón puede continuar largos años, a veces toda la vida como en el caso de Pablo. Pero en medio de esta situación de sequía y aridez, Dios provee oasis refrescantes -«camino en el desierto y ríos en la tierra estéril»- que nos renuevan las fuerzas y nos permiten seguir adelante. En la primera parte del texto la expresión «yo hago cosa nueva» significa literalmente «un renuevo», igual como el árbol en primavera saca los brotes tiernos, llenos de vida, tras un invierno largo y penoso. Al duro invierno le sigue la vida renovada de la primavera, con ilusión y fuerzas nuevas. Con esta doble metáfora, Dios le transmite al pueblo una sólida esperanza de un futuro diferente. Así ocurre también con la persona afligida por el aguijón cuando experimenta la gracia transformadora.

Descubrir esta otra cara del sufrimiento es experimentar que «en todas las cosas Dios obra para el bien de los que le aman» (Ro. 8:28 - NVI). Estamos aquí ante uno de los aspectos más singulares y misteriosos de la gracia, glorioso y difícil de entender al mismo tiempo. Al llegar a este punto pisamos «lugar santo» al que nos acercamos con reverencia y perplejidad a la vez, sin entender muy bien lo que estamos viendo como Moisés en Horeb (Éx. 3:1-5). Pero ahí está, de forma rotunda, la promesa; Pablo no deja lugar para la duda y afirma categórico, «en todas las cosas Dios obra para bien». Quedan, por tanto, incluidas aquí las vivencias de aguijón o cualquier tipo de sufrimiento, tal como después él mismo explica en la exhaustiva lista de Ro. 8:35. De una forma misteriosa y paradójica, el sufrimiento llega a ser un instrumento para que se cumplan propósitos concretos de Dios para nuestra vida.

Llegar a descubrir este «camino en el desierto» - lo bueno en el mal- puede llevar tiempo, a veces mucho tiempo. Pero cuando se consigue, produce un cambio revolucionario en la vivencia del aguijón. En este sentido nunca olvidaré la frase de unos padres que habían tenido un hijo con síndrome de Down: «Al principio se nos cayó el mundo encima, pero después ha sido como un ángel para nosotros, un ángel que Dios nos ha enviado. Antes siempre había discusiones y tensión en nuestro matrimonio. Desde que nació él, su dulzura y su cariño lo hacen imposible».

Pablo Martínez Vila
 

El Aguijón en la CarneEste tema es la primera parte de la serie «La fuerza de la debilidad». Esta serie es una adaptación de un capítulo del último libro de Dr. Pablo Martínez Vila, con el título El Aguijón en la Carne. Este libro ya está disponible en la Tienda Online de Pensamiento Cristiano.

Octubre 2008: La fuerza de la debilidad (I)
Diciembre 2008: La fuerza de la debilidad (III)


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