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Diciembre 2008
Psicología y Pastoral
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La fuerza de la debilidad (III)

Madurez: La gracia enseña

«Para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente... para que no me enaltezca sobremanera» (2 Co. 12:7)

Estamos viendo cómo los efectos terapéuticos de la gracia son progresivos e interdependientes igual que los eslabones de una cadena. La fortaleza de la gracia hace posible un cambio profundo de óptica y de actitudes. La renovación de fuerzas y la transformación interior llevan, a su vez, al tercer gran efecto terapéutico: el aprendizaje de lecciones importantes. No obstante, debemos clarificar un aspecto importante: no es el aguijón en sí mismo lo que nos hace madurar, sino nuestras reacciones al afrontarlo. No hay una relación directa causa-efecto. Si así fuera, podríamos cometer el grave error de glorificar el sufrimiento per se y caer en cierto masoquismo. Quiero reiterar que el sufrimiento es un mal que hemos de combatir con todas nuestras fuerzas en una batalla sin cuartel. No es el aguijón lo que nos ayuda a madurar, crecer o ser creativos, sino nuestras respuestas y actitudes ante él. La manera cómo afrontamos la prueba es lo que determina cuánto beneficio emocional y espiritual vamos a sacar. La misma prueba puede hundirnos o estimularnos. «Los acontecimientos nos dan dolor o alegría, pero el crecimiento viene determinado por nuestra respuesta personal a ambos, por nuestra actitud interior».

El valor pedagógico de la prueba es reconocido no sólo por los creyentes. Destacados especialistas en pedagogía y psicoanálisis ya apuntan desde hace tiempo en esta dirección. Desde Piaget hasta Francoise Dolto, pasando por otros expertos en la materia, nos muestran cómo el niño madura a base de resolver los pequeños problemas que la vida le depara. Aprender a afrontar la adversidad es imprescindible en el proceso de maduración emocional. Hasta tal punto es así que la mejor manera de convertir a una persona en inmadura es ahorrarle los problemas, darle una existencia libre de dificultades. Dostoievsky, en su autobiografía Memorias del subsuelo, afirma con un énfasis casi chocante: «El sufrimiento es un requisito imprescindible para aprehender el auténtico sentido de la vida». Las experiencias de aguijón nunca son estériles, siempre contienen un elemento pedagógico que contribuye a nuestra madurez como personas. Haríamos bien en recordar este principio en una sociedad que no le ve ningún sentido ni utilidad al sufrimiento, considerándolo absurdo y abriendo, así, la puerta a la eutanasia y el suicidio.

De la misma forma que nuestra reacción ante los problemas y dificultades estimulan la maduración psicológica, también contribuyen a nuestro crecimiento espiritual. Esta fue la experiencia de Job, resumida en sus memorables palabras: «De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven» (Job. 42:5). Las tribulaciones por las que pasó le permitieron llegar a conocer a Dios de una forma más personal, distinta al conocimiento anterior. En nuestra situación hoy, las pruebas nos ayudan a ser más como Cristo. No olvidemos que las palabras discípulo y disciplina vienen de la misma raíz que significa instruir, enseñar. Debemos enfatizar, no obstante, que el propósito de Dios al permitir la prueba no es castigarnos sino enseñarnos. Así como las piedras brutas extraídas de la cantera necesitan ser talladas y pulidas, nosotros también debemos ser moldeados con miras a parecernos cada día más a Cristo. La enseñanza bíblica al respecto es abundante y muy clara: numerosos pasajes nos hablan del valor purificador y pedagógico del sufrimiento, de las pruebas y de las tentaciones. Dos ejemplos:

«Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Heb. 12:11)

«En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra...» (1 Pe. 1:6-7)

El apóstol Pablo había experimentado en su propia vida este efecto transformador de las pruebas. Sus escritos y su propia vida nos recuerdan que la capacidad para afrontar el sufrimiento sin huir de él es una virtud moral que abre las puertas de nuestra transformación personal interior.

¿Qué tenía que aprender Pablo de su aguijón? Una gran lección en particular: el peligro de la jactancia y la necesidad de permanecer humilde.

Humildad, la lección principal

Tan asumido tenía el apóstol el propósito del aguijón que empieza el pasaje con estas palabras: «para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente... para que no me enaltezca sobremanera» (2 Co. 12:7). Las revelaciones de las que ha hablado en 2 Co. 12:1-6 constituían un arma de doble filo: por un lado, eran un privilegio inmenso, algo muy especial que sin duda le ponía por encima de otros creyentes; pero ahí radicaba también el peligro: eran un motivo de orgullo y podían llevarle a la jactancia, un sentimiento de superioridad espiritual muy contrario a la actitud deseada por el Señor. Dios no podía permitir que uno de los pilares de la Iglesia, el apóstol de los gentiles, sucumbiera ante uno de los pecados más arraigados en el corazón humano, el orgullo. Por esta razón, Dios se vale del enorme poder pedagógico del aguijón para enseñarle su error y su potencial pecado.

A veces nosotros nos encontramos en situaciones de riesgo parecidas. En nuestro caso probablemente no se tratará de revelaciones especiales, pero sí de situaciones de bendición, donde -como Pablo- nos sentimos muy privilegiados por el Señor. Ya sea en el campo profesional, material o incluso espiritual, el éxito conlleva inevitablemente un gran peligro: la jactancia, olvidando que «toda buena dádiva y todo don perfecto» proceden de Dios (Stg. 1:17). Es un pecado sutil que a veces incluso se puede revestir de espiritualidad. Ahí radicaba el peligro de Pablo, en la superioridad espiritual. La tentación suele venir en momentos de éxito, cuando las cosas nos van muy bien en la vida.

Por supuesto que no podemos generalizar la situación particular de Pablo y afirmar que todo aguijón siempre tiene como propósito el contener nuestra jactancia. He conocido innumerables personas afligidas por un doloroso aguijón en cuyo origen no había la más mínima sombra de actitudes incorrectas. Pero dicho esto, sí es cierto que el aguijón nos ayuda a ser más realistas en cuanto a nuestras miserias y limitaciones, nos recuerda la enorme fragilidad de nuestra vida. En síntesis, no todos los aguijones nacen de una actitud de jactancia, pero todo aguijón nos ayuda a cultivar la humildad que tanto ama el Señor: «Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu» (Is. 66:2). En Cristo, ciertamente cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Pablo Martínez Vila
 

El Aguijón en la CarneEste tema es la primera parte de la serie «La fuerza de la debilidad». Esta serie es una adaptación de un capítulo del último libro de Dr. Pablo Martínez Vila, con el título El Aguijón en la Carne. Este libro ya está disponible en la Tienda Online de Pensamiento Cristiano.

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