Pensamiento CristianoJosé M. Martínez y Pablo Martínez Vila
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Pastores que tropiezan y caen

Una de las situaciones dolorosas que atraviesa la iglesia cristiana es la caída en pecado de aquellos que están en posiciones de responsabilidad. En las últimas semanas, se han producido varias noticias que han recordado a los cristianos la vulnerabilidad a la que estamos expuestos, por propia naturaleza. Sin embargo si algo puede distinguir a los seguidores de Jesús de aquellos que no lo son ante una circunstancia tan compleja, es el perdón y la misericordia. Sobre ello, el psiquiatra, escritor y conferenciante internacional Pablo Martínez Vila responde a nuestras preguntas. El Dr. Martínez Vila es además uno de los líderes evangélicos de referencia en España y a nivel internacional, con una amplia experiencia en el asesoramiento y resolución de conflictos.

Pregunta - ¿Qué impacto tiene en la iglesia la caída de un pastor que ha tenido mucha influencia en su ministerio?

PMV - El impacto es grande porque el pastor es un modelo. El pastor va delante y las ovejas le siguen, es decir marca con su vida y con su ejemplo la vida de la congregación, ya sea para bien -el buen pastor- o para mal, los malos pastores de los que se nos advierte en Ezequiel 34 y en muchos textos del Nuevo Testamento. Por ello, es importante formar a la congregación en un principio bíblico esencial en eclesiología: Dios se vale de modelos humanos que nos inspiran y nos forman (Heb. 12:1-2), modelos valiosos y necesarios, pero todo modelo humano es falible porque somos vasijas de barro. De hecho, dos de los más grandes pastores que Dios usó –David y el apóstol Pedro- tuvieron graves caídas. ¡Incluso en la memorable lista de los héroes de la fe en Heb. 11 encontramos nombres que nos sorprenden porque están lejos de ser perfectos! El único modelo que nunca nos va a fallar es el Señor Jesús, el modelo sin pecado a pesar de que «fue tentado en todo según nuestra semejanza» (Heb. 4:15). Es necesario, por tanto, encontrar un equilibrio adecuado entre la confianza en el pastor humano y el fijar los ojos en Cristo, el Príncipe de los pastores. Una iglesia madura sabe que su pastor está sujeto a «pasiones semejantes a las nuestras» (Stg. 5:17) y por tanto, puede caer, pero su fe no está puesta en un hombre, sino en el Hombre por excelencia, Jesús. Además, conviene recordar que la iglesia no es una comunidad de santos donde escasea el pecado, sino una comunidad de pecadores donde abunda la gracia.

Pregunta - ¿Por dónde empezar a ayudar a restituir a una persona con tanta influencia en el ministerio, que de golpe al reconocer su pecado pierde toda su autoridad, y gran parte de su vida se viene abajo (familia, amistades, etc...)?

PMV - La caída en pecado es como un terremoto que produce extensas grietas en todas las columnas de la identidad de una persona: en lo psicológico, una profunda erosión de su autoestima; en las relaciones más cercanas (familia e iglesia), una crisis de confianza; en lo espiritual, confusión con una potencial crisis de fe y, finalmente, todo ello puede llevar a una afectación de la salud física y emocional de consecuencias imprevisibles, a veces trágicas. Hay que restaurar todas estas dimensiones una a una, pero como en todo proceso de sanidad ello va requerir su tiempo. No hay atajos en la restauración porque la gracia de Dios no puede actuar si no hay una condición previa: la convicción de pecado. La conciencia clara de pecado con la consiguiente confesión es el punto de inicio imprescindible para la restauración. Este es el camino que vemos en la Biblia constantemente, tanto en los «grandes casos» de caída ya mencionados (David y el apóstol Pedro con la negación de su Señor), como en los creyentes más sencillos. No es casualidad que en la parábola del hijo pródigo Jesús nos muestra el mismo modelo. Son los pasos naturales y necesarios de la restauración: la conciencia de pecado lleva al arrepentimiento, a la confesión y abre la puerta para la restauración. La restauración del pastor caído no es más que la aplicación práctica de la esencia del Evangelio, un mensaje de gracia de un Dios que es «muy misericordiosos y compasivo» (Stg. 5:11). En la restauración del pecador brilla en su máximo esplendor el poder sanador y salvífico de la cruz de Cristo. El Evangelio es un mensaje de restauración con un aviso de juicio, no al revés.

Pregunta - La confesión de un pecado, ¿cuándo y cómo debería hacerlo alguien?

PMV - Cuanto antes mejor, por cuanto la confesión le es medicina a la mente y al espíritu. En este aspecto podemos comparar el pecado a una infección: cuanto antes se trata y se elimina, tantas menos secuelas deja. El efecto terapéutico de la confesión es una de las mayores bendiciones que puede experimentar un creyente en momentos de crisis por caída moral. Conocer y sentir con claridad el perdón de Dios es un bálsamo inigualable. En los Salmos 32 y 51 David nos ha dejado un testimonio vívido y conmovedor de este efecto clave de la confesión en la restauración moral: «Tú perdonaste la maldad de mi pecado. Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás» (Sal. 32:5-7). La consecuencia natural de la confesión es la liberación y devuelve el «gozo y alegría» (Sal. 51:7-8). Es difícil leer estos dos salmos sin sentirse conmovido e identificado con el que ha caído. Suele ayudar mucho la confesión a Dios delante de otra persona de plena confianza. No se trata de confesar a esta persona cercana, sino de que ésta sea testigo de la confesión a Dios. Ello le aporta un elemento de objetividad muy saludable, las heridas antes mencionadas curan con mayor rapidez cuando alguien cercano conoce la realidad de nuestro pecado y ora con y por nosotros. Santiago nos muestra la estrecha relación entre estos tres elementos: la confesión, la oración y la sanidad (Stg. 5:16).

Pregunta - ¿Qué actitudes espirituales pueden llevarnos a aparentar buenos frutos en el ministerio cuando «el árbol se está pudriendo por dentro»?

PMV - Ningún creyente está libre por completo de lucha espiritual. El combate entre la vieja naturaleza –los deseos de la carne- y el Espíritu es en sí mismo expresión de vida: «éstos se oponen entre sí para que no hagáis lo que quisiereis» (Gá. 5:17). La conciencia de pecado debe estimularnos a depender más de la gracia de Cristo, como exclama Pablo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro» (Ro. 7:24-25). El problema surge cuando se intenta disimular, encubrir los pecados con una apariencia de piedad o espiritualidad porque esto es hipocresía. Tal actitud caracterizaba a los fariseos y Jesús la censuró duramente. Detrás de esta necesidad de aparentar puede esconderse, como en el caso de los fariseos, orgullo y arrogancia, pero también un endurecimiento a la convicción de pecado que produce el Espíritu Santo. El problema del pecado no confesado es que va creciendo por dentro como una mala semilla –la cizaña- y genera un efecto dominó que lleva a otros pecados: la mentira, la calumnia etc. Por ello es tan vital una pronta confesión del pecado. Por otro lado, es conveniente recordar que la madurez del cristiano no se mide tanto por la ausencia de pecado sino por su conciencia de pecado.

Pregunta - ¿Tienen los propios líderes una visión errónea de la Gracia (legalismo), que les lleva a no ser capaces de reconocer sus pecados a tiempo, a no ser transparentes con sus vidas?

PMV - Sí, puede ser una visión errónea de la gracia, pero por ambos extremos. Por un lado, el concepto legalista que ejerce una presión de perfeccionismo sobre el pastor que le lleva a encerrarse dentro de sí mismo cuando hay un proceso de pecado. La idea de que «no puedo fallar bajo ningún concepto», o bien «nadie puede saberlo» acaba convertida en un boomerang destructivo por cuanto produce un efecto aislante: la persona se encierra cada vez más poniendo en marcha todos los mecanismos posibles de protección y defensa para esconder el lado oscuro de su vida. El problema, sin embargo, puede venir también por el otro extremo, infravalorar la gravedad del pecado lo cual lleva a la gracia barata. Una pobre conciencia de pecado es frecuente en un marco social como el nuestro donde reina el relativismo ético con la consiguiente permisividad. El factor clave aquí es la progresiva aceptación de conductas de pecado bajo criterios de normalidad estadística o social. Normalidad estadística -«todos lo hacen»- no supone bondad ética. De ahí la importancia de que el Espíritu Santo ilumine la conciencia a través de la Palabra (Heb. 4:12). Ésta es la única manera de no perder sensibilidad moral, de evitar la «cauterización» o anestesia de nuestra conciencia bajo la enorme presión social. En una situación de caída moral el creyente es llamado a aferrarse a la justificación por la fe, no a la auto-justificación con todo tipo de argumentos.

Pregunta - ¿Cómo podemos «prevenir»? ¿Hay prácticas que la iglesia pueda poner en marcha para brindar ayuda?

PMV - Varias medidas preventivas se desprenden de forma implícita de las respuestas anteriores. La idea de tener consejeros, personas maduras a las que acudir con regularidad para oración y confesión, es una de las medidas más saludables en el ministerio cristiano. Todo líder debería contar con una o dos personas de confianza y reunirse con ellas un par de veces al año. Este tipo de relación «consultiva» sirve para renovar visión, fuerzas y, a la vez, es una forma de rendir cuentas. La soledad en el ministerio es un caldo de cultivo donde germinan pecados que encuentran allí un «habitat» favorable para crecer. El silencio ante los problemas y la tentación, el aislamiento y la soledad son enemigos que el pastor debe conocer y combatir con denuedo. No es por casualidad que la exhortación de Pablo «sobrellevad los unos las cargas de los otros» (Gá. 6:2) se encuentra precisamente en un contexto de caída moral (Gá. 6:1). En estos dos versículos encontramos un verdadero compendio de pastoral, un resumen magistral para el tema que nos atañe. La sabiduría, la sensibilidad y la compasión de la Palabra de Dios nos marcan el camino a seguir.

La respuesta a los pastores que caen es ésta: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo» (Gá. 6:1-2).

Pablo Martínez Vila
 

Publicado en el diario “Protestante Digital”, septiembre 2015.


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