Se ha dicho, con razón, que «el cristianismo es Cristo». No obstante, para muchas personas Cristo es el gran desconocido. De ahí que su cristianismo sea una desfiguración de lo que debe ser la fe y la conducta de un cristiano. Hoy, ante las corrientes de sincretismo que tienden a equiparar a Cristo con figuras históricas como las de Confucio, Buda o Mahoma, se hace necesaria una presentación del Cristo auténtico, el Cristo de los evangelios. El propósito de la presente obra es que sirva de ayuda tanto para quien desea ahondar en el mensaje cristiano como para los creyentes que desean tener una experiencia más gratificante en la relación con su Salvador. Asimismo constituye un texto fundamental de cristología, por lo que puede ser de gran utilidad para estudiantes de Teología en escuelas o institutos bíblicos.
Abreviaturas
Prólogo del autor
Introducción
La gloria del Logos preexistente
La gloria de su encarnación
Lo glorioso de su carácter
Lo admirable de sus enseñanzas
La gloria de su poder
La grandiosidad de su misión
La gloria de su exaltación
Epílogo
A los grandes creadores de obras de arte se les otorgan aureolas de gloria. ¿Cuánto mayor no habrá de ser la gloria del Artífice del universo con todas sus maravillas? Muchos hombres, en vez de honrar a Cristo le denigran, pero «los cielos cuentan la gloria de Dios -que es la de su Hijo- y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal. 19:1). Basta contemplar los cielos estrellados en una noche clara, la majestuosidad de las montañas o la belleza de un campo repleto de flores en un día de primavera para descubrir la magnificencia esplendorosa, la sabiduría y el poder del que les dio la existencia. (pág. 24)
Pedro, en su discurso el día de Pentecostés, afirmó que Jesús, resucitado y ascendido, habí sido «exaltado por la diestra de Dios», «hecho Señor y Cristo» (Hch. 2:33, Hch. 2:36). Pero no sólo había sido exaltado por la diestra de Dios, sino para estar a la diestra de Dios (Mr. 16:19), el lugar preferente de honor en el que comparte la soberanía y la autoridad de Dios. Desde ese puesto ejerce «toda la potestad en el cielo y en la tierra» que le ha sido dada (Mt. 28:18). (pág. 250)
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