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Noviembre 2006
Psicología y Pastoral
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Aceptando los «aguijones» de la vida (II)

En la primera parte de este tema (publicado en Julio del 2006) consideramos el primer ingrediente de una aceptación genuina: aprender a ver diferente. Pasamos ahora al segundo aspecto que nos lleva a poder aceptar nuestros aguijones.

2.- Aprender a pensar diferente. Como se piensa, así se siente.

«Llevando cautivo todo pensamiento... a Cristo» (2 Co. 10:5)

Una herramienta imprescindible para llegar a ver diferente radica en aprender a pensar diferente. Como decíamos antes, estas facetas ocurren de forma simultánea, no consecutiva. El principio esencial aquí es: lo que sentimos depende en gran manera de lo que pensamos. Lo importante en nuestra vida no es lo que nos pasa sino cómo lo interpretamos, lo que pensamos en cada momento. En otras palabras, no puedes controlar lo que te sucede, pero sí puedes decidir cuánto te afecta. Si logramos entender y aceptar esta realidad, podremos empezar a controlar nuestras emociones mucho mejor de lo que habíamos imaginado. Por ello vamos a explicar con detalle por qué hacemos esta afirmación que es vital en el proceso de aceptación de un aguijón.

Ante todo, veamos el mecanismo psicológico. El pensamiento viene antes que la emoción y es lo que nos hace sentir bien o mal, afortunados o desdichados. Mis emociones vienen determinadas por mi forma de pensar. Por esta razón ante un mismo acontecimiento, las personas reaccionan de muy diversas formas, porque lo interpretan de manera distinta. Observemos esta frase: «No puedo soportarlo más; me está amargando la vida y, además, esto será para siempre». Estas palabras de un hombre de mediana edad con una diabetes que le afectaba la vista y le impedía desarrollar su trabajo habitual reflejan sus sentimientos, muy negativos, ante el aguijón. Sí, los pensamientos son los responsable de nuestras emociones. Una ilustración nos ayudará entenderlo: mi personalidad es como un jardín en el que planto constantemente semillas, los pensamientos. Según la semilla, así será la planta. Puede ser un pensamiento de ánimo y entonces me hará sentir bien, o puedo sembrar ideas pesimistas, desalentadoras y me causarán desazón. Aun sin darme cuenta, le estoy enviando a mi mente mensajes todo el tiempo que influyen mucho en mi estado de ánimo, mi calidad de vida e incluso en mi salud.

La conclusión es obvia: ser felices o desdichados, en gran manera, depende de nuestra reacción ante la desgracia. En esta reacción contamos con una poderosa herramienta, el cerebro, que podemos poner a nuestro favor como un aliado o en contra nuestra como un enemigo. Elegir entre una u otra opción va a influir decisivamente en la aceptación de mi aguijón. Por tanto, una parte clave en el proceso de aceptación radica en una decisión mía, no en el acontecimiento adverso que me «abofetea». De la misma manera que el amor implica sentimientos, pero en último término es un acto de la voluntad, algo similar ocurre con la aceptación. Por tanto, si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, podremos controlar mucho mejor nuestras emociones. En palabras de un psicólogo contemporáneo, «la actitud es el pincel con el que la mente colorea nuestra vida».

La terapia cognitiva en la Biblia.

Este principio básico -lo que sentimos depende en gran manera de lo que pensamos- ha dado lugar en psicología a la llamada terapia cognitiva. Consiste en sustituir los pensamientos negativos o distorsionados –llamados creencias erróneas- por pensamientos positivos, adecuados a la realidad y generadores de emociones positivas. Este proceso de «re-aprender a pensar» se parece al aprendizaje de una lengua extranjera: hay que practicarlo, requiere voluntad y no es instantáneo. Para nosotros, como creyentes, es muy interesante descubrir que la terapia cognitiva no es un invento de la psicología moderna, sino que ¡ya el apóstol Pablo la recomendaba a los lectores de sus cartas hace 20 siglos! Hay dos pasajes sobresalientes al respecto en 2 Corintios y en Filipenses.

Analicemos en primer lugar el pasaje de Corintios: «Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Co. 10:5).

La terapia cognitiva según Pablo la describe tiene estas características:

Requiere un esfuerzo. La idea de «llevar cautivo» implica una lucha previa. Uno debe pelear contra los pensamientos negativos, desarmarlos y hacerlos prisioneros o cautivos. Todo ello excluye una actitud pasiva, hay que esforzarse, y aquí la voluntad juega un papel clave. Uno de los mejores aliados del pesimismo –el pensamiento negativo- es la indolencia, la falta de esfuerzo que es caldo de cultivo para la autocompasión y la amargura.

El destinatario es Cristo y la meta la obediencia. El siguiente paso después de dominar y hacer cautivos mis pensamientos negativos es presentarlos a Cristo. Aquí la terapia cognitiva practicada por un cristiano se diferencia radicalmente del enfoque humanista. Tiene una meta muy precisa: Cristo. El control del pensamiento no busca sólo ni en primer lugar mi beneficio personal. Lograr la paz mental es legítimo tal como el mismo Pablo lo expresa en Fil. 4:7. Pero esta paz que «sobrepasa todo entendimiento» no es la meta de la terapia cognitiva en el creyente, sino una de sus efectos beneficiosos. La meta es una mayor obediencia a la voluntad de Dios. Es muy importante esta diferencia porque nos recuerda que la santidad viene antes que la felicidad; el propósito de la vida del discípulo es agradar y obedecer a Dios, no estar cada día mejor. Para el cristiano la práctica de la terapia cognitiva es teocéntrica, está centrada en Dios, y no en el hombre. Además huye del hedonismo contemporáneo que hace de mi felicidad la meta suprema de todo.

El pasaje de Filipenses, un formidable resumen de terapia cognitiva, viene a ser una perla inestimable para la paz del creyente. Es casi imposible llegar a una aceptación plena de cualquier aguijón sin aprehender y practicar el mensaje contenido en este memorable pasaje.

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.» (Fil. 4:8)

Queremos destacar los siguientes aspectos:

Los ocho elementos de la lista tienen una clara connotación moral. Afectan no sólo mi ánimo o sentimientos, sino mi conducta. El beneficio no es sólo psicológico –relax mental, un efecto ansiolítico-, sino ético. En la medida que yo cultive –«pensar en»- esta lista de virtudes, estaré influyendo también en los demás, afectará no sólo mi mente, sino también mi conducta y mis relaciones. De nuevo, aquí la terapia cognitiva bíblica se aleja del enfoque egocéntrico y hedonista que ya hemos apuntado, tan propio de nuestra sociedad y de las populares modas de autoayuda.

El verbo «pensar» (logizomai) no significa tanto tener en mente o recordar, sino sobre todo reflexionar, ponderar el justo valor de algo para aplicarlo a la vida. De manera que su efecto positivo no es fugaz, un breve rato de «meditación trascendental» que me ayuda a relajarme, sino que afecta a mi vida de forma profunda y duradera. Es un hábito que moldea mi conducta.

La paz de Dios, beneficio último de la terapia cognitiva

La introducción al versículo 7 objeto de nuestro análisis no puede ser más extraordinaria: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones en Cristo Jesús» (Fil. 4:7). Para los hebreos, el shalom es una paz completa, que afecta a toda la persona, mente, cuerpo y espíritu (en realidad, la OMS –Organización Mundial de la Salud– se ha inspirado en el concepto bíblico hebreo de paz para su definición salud). Pues bien, dice Pablo, esta paz es de Dios, viene de él, y su resultado cardinal es que nos mantiene «guardados» –cobijados- en Cristo Jesús. La paz de Dios no es tanto un sentimiento como una posición existencial. Hay una relación inseparable entre la paz de Dios y el Dios de paz.

La terapia cognitiva aplicada al aguijón

Vamos a identificar, en primer lugar, cuáles son los hábitos de pensamiento negativo más frecuentes en la persona afligida por un aguijón.. Ante la adversidad, la persona suele darse tres explicaciones:

1.- La culpa es mía. Se busca una causa personal a la adversidad. Culpabilizarse es una reacción propia del duelo que desaparece con el tiempo.
2.- No va a cambiar nunca. El aguijón será permanente. No se ve ninguna luz en el futuro; todo parece negro. Es como si el mundo se acabara.
3.- Va a arruinar toda mi vida. Sus efectos son globales, afectan todas las áreas. Estoy incapacitado para hacer nada.

Darse uno mismo estas explicaciones personales, permanentes y globales para las cosas malas que le suceden en la vida constituye el mejor camino para destrozar la autoestima y producir un sentimiento de derrota e impotencia. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo luchar contra estos hábitos negativos de pensamiento?

Hábitos positivos de pensamiento

¿Cómo podemos combatir estas pautas tan negativas? Recordemos la regla de oro de la terapia cognitiva: tal como pensamos, así sentimos; no son las circunstancias, sino las actitudes lo que nos hace felices o desdichados. Por ello necesitamos aprender preguntas estimulantes que produzcan respuestas positivas y, finalmente, sentimientos de esperanza. En mi experiencia de consejería con personas afligidas por aguijones hay cuatro preguntas sumamente útiles. Al exponerlas pensamos no sólo en los propios afectados, sino también en las personas que desean ayudarles.

1.- ¿Puedo hacer yo algo para cambiar o mejorar esta situación? ¿Hay algún remedio con el que pueda contribuir a aliviarla? Si es así, por pequeño que sea el paso inicial, empieza ya. A veces, pequeños cambios producen grandes modificaciones. No hay que ser demasiado ambicioso ni maximalista –«o todo o nada»- a la hora de empezar a actuar.
2.- ¿Qué tiene –o podría tener- de bueno esta situación? No son pocas las circunstancias de aguijón donde podemos descubrir aspectos positivos. Pero ten en cuenta que estos «beneficios secundarios» hay que buscarlos activamente; raras veces uno los encuentra «por casualidad». Recordaré siempre la ilustración de los buscadores de oro: las pepitas de oro se encuentran en medio del fango; no hay oro sin fango. Uno tiene que hurgar en medio de la suciedad del barro para hallarlas.
3.- ¿Qué puedo aprender? ¿En cuanto a mí mismo? ¿En cuanto a los demás? ¿Qué quiere Dios enseñarme en cuanto a su voluntad para mi vida? El valor pedagógico del sufrimiento es algo aceptado no sólo por los creyentes, sino también por todos aquellos que conocen bien los entresijos del alma humana: pedagogos, psicoanalistas, escritores etc.
4.- ¿Hay algo o alguien por lo que puedas estar agradecido? Busca motivos de gratitud a Dios o a los demás en medio de tu agujón. Normalmente las circunstancias de sufrimiento son una oportunidad formidable para el amor y la solidaridad. Una de las peores catástrofes naturales de la humanidad en los últimos siglos -el tsunami, maremoto que causó 250.000 víctimas– dio lugar a la mayor manifestación de solidaridad conocida en la Historia.

El sótano y el ático de la vida. David, un ejemplo a imitar.

Todos tenemos en nuestra mente algo así como dos «habitaciones»: un sótano y un ático. En el sótano, el piso más bajo de un edificio, sólo hay oscuridad, humedad y algún que otro ratón. No es agradable estar en el sótano. El ático, por el contrario, es el lugar con más sol y luz de toda la casa, bien ventilado, un sitio muy apreciado porque se está bien allí. En el sótano de nuestra mente es donde encontramos todos los problemas, los pensamientos tristes y las preocupaciones. Es la dimensión oscura de la vida; es real, existe, todos tenemos un sótano. Pero, gracias a Dios, hay también un ático donde encontramos los motivos de alegría, de gratitud, las cosas buenas de la vida, las grandes y pequeñas ilusiones. ¿Por qué muchas personas se empeñan en bajar con tanta frecuencia al sótano, incluso se quedan allí mucho tiempo? ¿Tanto cuesta subir al ático y llenar nuestra mente de luz, de aire fresco y de gratitud?

En el Salmo 103, el salmista nos da un ejemplo formidable de cómo se sube al ático de la vida y repasa una a una las bendiciones que Dios le ha dado. No olvidemos que David sufrió una opresora experiencia de aguijón de parte de una persona, Saúl, que le persiguió durante 18 años para matarle. David tenía muchos motivos para quejarse al Señor y lamentar, como en realidad hace en algunos de sus salmos. Y sin embargo, cuán luminosas y estimulantes son aquí sus palabras:

«Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila.» (Sal. 103:1-5)

Observemos cómo el salmista, en un espontáneo ejercicio de terapia cognitiva, dialoga consigo mismo y le envía a su mente mensajes de estímulo y de esfuerzo: «bendiga todo mi ser su santo nombre» y «no olvides ninguno de sus beneficios». De hecho, si apuramos nuestra ilustración, bajar siempre requiere mucho menos esfuerzo que subir. Por ello David empieza esta oración antológica que es el Salmo 103 haciendo un esfuerzo por subir al ático de su vida y descubrir los innumerable motivos de alabanza y gratitud que tenía para con Dios.

Cuánto necesitamos todos aprender de David, tanto los que viven afligidos por una experiencia de aguijón como los que no. Subir al ático de nuestra mente y evitar en lo posible instalarnos en el sótano es la mejor manera para poder exclamar «Bendice alma mía al Señor... y no olvides ninguno de sus beneficios». En el camino de la aceptación éste es un paso imprescindible.

La diferencia entre una vida plena y una vida amargada no radica tanto en las circunstancias del entorno, sino en las actitudes del corazón.

Pablo Martínez Vila
 

Julio/Agosto 2006: Aceptando los «aguijones» de la vida (I)
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