«Más que vencedores» (I)
Un himno inspirado e inspirador
«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.» (Ro. 8:28-30)
Lo que precede y lo que sigue en este pasaje no es una doctrina esotérica. Es algo que «sabemos», pese a que profundiza en temas doctrinales de singular trascendencia, en primer lugar la cuestión de la providencia de Dios y el Dios de la providencia. En la afirmación del Ro. 8:28 infinidad de creyentes han hallado una mina de consuelo y aliento. Este versículo podría ser interpretado en el sentido de que todas las cosas se mueven y actúan en favor de quienes aman a Dios como si fuesen ángeles buenos que, con una personalidad bondadosa, deciden proteger a los hijos de Dios. Probablemente pocos creyentes asumirían esta elucidación. En realidad no son las «cosas» las que cooperan para el bien de los santos. Es Dios el que dispone y usa las cosas para beneficiar a los que le aman. Nos gusta la versión de la Biblia de Jerusalén cuando ofrece la siguiente traducción: «Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman». Resumimos: La providencia de Dios sólo podemos comprenderla adecuadamente si la contemplamos a la luz del Dios de la providencia.
Detalle a destacar es que son todas las cosas las sometidas a los agentes providenciales. No sólo las que alegran y estimulan, sino también las dolorosas o desalentadoras; no sólo las que entendemos, sino igualmente las que no llegamos a comprender. «¡Todas...!»
El versículo que estamos comentando concluye con una aclaración importante: los que aman a Dios y son por él asistidos son «llamados por Dios conforme a su propósito». Todo lo que concierne a nuestra salvación, desde el principio hasta el fin, está ordenado de acuerdo con un plan divino eterno. Nuestra salvación, desde el principio hasta el fin, es obra suya, fruto de su gracia.
En Ro. 8:29-30 se nos abre majestuosamente el proceso de la salvación. mediante cuatro frases difícilmente sondables, pero riquísimas en contenido teológico:
«A los que antes conoció también los predestinó.» «A los que predestinó, a éstos también llamó.» «A los que llamó, a éstos también justificó.» «A los que justificó, a éstos también glorificó.»
En ese proceso aparecen primeramente los beneficiarios de la salvación como aquellos a los que Dios conoció. Ese «conocimiento» se remonta al pasado eterno, cuando se determinó y configuró el «propósito» de Dios. No es un simple conocimiento previo de lo que ha de acontecer como corresponde al Dios omnisciente; es una predisposición amorosa hacia seres que van a ser hechos imagen de su Hijo amado, quien a su vez es imagen de Dios. Con su pre-conocimiento Dios reconoce y acepta a quienes, por la fe, están en Cristo.
En segundo lugar: los conocidos son predestinados. Esta palabra, objeto de encendidas controversias, no debería nunca ser estudiada aisladamente. En el Nuevo Testamento, por lo general, aparece seguida de la preposición «a» o «para». La soberanía de Dios siempre aparece en relación con él mismo, con su Hijo Jesucristo o con una finalidad determinada. En el texto de Ro. 8:29 leemos: «A los que antes conoció los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él fuese el primogénito entre muchos hermanos». La Biblia de Jerusalén presenta una versión igualmente iluminadora: «...los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo». Difícilmente podríamos imaginar un destino más digno: ser hechos hermanos del unigénito Hijo de Dios.
Seguidamente vemos que los predestinados son llamados. Se trata del llamamiento a la fe y al servicio; otra faceta del honor que en Cristo nos es otorgado.
El cuarto eslabón de la cadena es la justificación, tema amplia y profundamente tratado por Pablo en esta epístola a los Romanos y en otros escritos del Nuevo Testamento. Partiendo de la pecaminosidad del ser humano y de su incapacidad para salvarse por propios méritos; nadie puede justificarse delante de Dios. Pero lo que nadie puede lograr por propio esfuerzo moral, Dios lo realiza en virtud de la obra expiatoria de Cristo (Ro. 3:21-28; Ro. 5:1), por la fe (Ef. 2:8-10). La conclusión es que, por la fe, el hombre anteriormente injusto es declarado justo, recubierto de la justicia de Cristo.
Finalmente, «a los que justificó, a éstos también glorificó». El proceso de la salvación llega a su fin. El propósito de Dios, que tuvo su origen antes de la creación, ha ido cumpliéndose en el transcurrir del tiempo para llegar a su fin. Se extiende de eternidad a eternidad.
Puede llamar la atención el hecho de que en el texto bíblico la afirmación («a éstos también glorificó») aparece en futuro, mientras que las anteriores están en aoristo (pretérito). Quizá Pablo está usando el «pasado profético» hebreo, mediante el cual se presenta como cumplido algo que se hará real en el futuro. «Desde el punto de vista histórico, el pueblo de Dios no ha sido aún glorificado; pero en la perspectiva del decreto divino su gloria ha sido determinada desde la eternidad» (F. F. Bruce).
Por otro lado, se puede notar que en la cadena de afirmaciones parece observarse una omisión importante: entre la justificación y la glorificación no se menciona la santificación, esencial en el propósito divino. No obstante, la omisión quizás es más aparente que real. En su segunda carta a los Corintios, Pablo indica que, «mirando a cara descubierta la gloria del Señor, vamos siendo transformados de gloria en gloria a la misma imagen...» (2 Co. 3:18). Una declaración semejante hace el apóstol en su carta a los Colosenses (Col. 3:10).
Resumiendo la enseñanza bíblica podemos decir que, en un sentido limitado, la glorificación del creyente ha comenzado ya, aunque todavía ensombrecida por muchas imperfecciones. Pero la plenitud de la glorificación sólo se manifestará en el día de Jesucristo, cuando seremos hechos partícipes de su gloria. Ya hemos leído Ro. 8:17. Y en Col. 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, también vosotros seréis manifestados juntamente con él en gloria», la gloria de su exaltación por el Padre (Fil. 2:9-11), la gloria de su poder de resurrección por el cual los santos en Cristo disfrutarán de «cuerpos celestiales», espirituales, capacitados para vivir santamente. La manifestación de Cristo en su segunda venida producirá una gran transformación en el cuerpo de los redimidos: en vez de corrupción, incorrupción; en vez de mortalidad, inmortalidad; en vez de herencia adamita, transformación a semejanza perfecta del nuevo Adán, Cristo (1 Co. 15:45-57). Entonces el dolor y las lágrimas serán sustituidos por una nueva experiencia en el tabernáculo de Dios: la antigua creación dará lugar a «cielos nuevos y tierra nueva». Entonces «ya no habrá muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21:4). La historia de la salvación, alcanzado su eslabón final, marcará el principio de una etapa nueva en el marco de una nueva eternidad.
José M. Martínez
Este tema es la primera parte de la serie «Más que vencedores». Esta serie reproduce de forma parcial el capítulo 9 del libro Grandes Cánticos de la Biblia, de José M. Martínez, publicado recientemente.
Nos ha parecido bien iniciar este año con uno de los más formidables cánticos de victoria del Nuevo Testamento. Cuando se ciernen negros nubarrones a nuestro alrededor -en especial, por la inseguridad económica mundial-, es necesario alzar los ojos a Aquel que es la luz de este mundo.
Por otro lado, la prolongada enfermedad del autor en estos pasados meses hace que este escrito cobre una dimensión autobiográfica que lo enriquece. En palabras del propio José M. Martínez, «he podido experimentar de nuevo en mi vida que ninguna tribulación nos puede separar de Cristo Jesús».
Febrero 2009: «Más que vencedores» (II)
Copyright © 2009 - José M. Martínez
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