El amor sólido en una «sociedad líquida»
Construyendo un amor que apaga el divorcio
«El amor nunca deja de ser» (1 Co. 13:8)
«¿Cómo podemos alimentar nuestra relación de manera que el matrimonio funcione bien? ¿Se puede reavivar la llama del amor? ¿Qué se puede hacer para prevenir el divorcio?»
Con creciente frecuencia me piden responder a estas preguntas que surgen del corazón de muchos matrimonios como necesidad vital para sobrevivir en medio de una epidemia de relaciones rotas. Sí, se viven malos tiempos para la fidelidad y «el amor para toda la vida». Hoy las relaciones de pareja suelen ser efímeras; la idea del amor aparece cada vez más diluida en una atmósfera de hedonismo donde la prioridad es «sentirme yo bien y ser feliz». El divorcio -o la ruptura de una relación- se conciben como algo natural, casi tan natural como cambiar de domicilio o de trabajo cuando a uno le conviene. El pensador Z. Baumann, lúcido analista de nuestro tiempo, habla de una «sociedad líquida» donde nada permanece de forma sólida y todo cambia a capricho. Con esta idea en mente me gustaría hablar también de un «amor líquido» que va cambiando con facilidad para adaptarse al recipiente que lo contiene. Es un amor leve, frágil, superficial, tan pasajero como una emoción, tan adaptable como un líquido.
En este contexto social y moral el título de este artículo puede parecer paradójico. El énfasis hoy se pone mucho más en el amor apagado que en el amor que apaga. Ciertamente la falta de amor apaga una relación de pareja, pero también existe un amor que extingue los fuegos que surgen en toda relación. De ahí nuestro planteamiento positivo: hay un tipo de amor que actúa como antídoto contra el enfriamiento, un amor que «nunca deja de ser» (en expresión del apóstol Pablo), un amor que no caduca, el amor sólido opuesto al «amor líquido». Examinar, aunque sea someramente, la naturaleza de este amor que soporta bien las tormentas propias de una relación y los vaivenes de los sentimientos es el propósito de esta reflexión.
Ante todo, necesitamos aclarar un mito muy extendido y que se esgrime como argumento que legitima la separación. Entenderlo bien es el primer paso para recuperar el amor sólido.
El mito del enamoramiento perdido: «Se me ha acabado el amor»
«Ya no estoy enamorado. No siento nada por ella/él. Es para mí como un hermano/a o un amigo/a».
Detrás de esta forma de pensar se esconde un doble error conceptual, muchas veces inconsciente, que proviene del contagio de los valores fuertemente pragmáticos y hedonistas de nuestra sociedad.
El enamoramiento es mucho más que «la ilusión del principio»
El primer error consiste en reducir el enamoramiento a una mera emoción y, en especial, a la emoción original, «lo que sentía al principio de la relación». Los expertos nos enseñan que la «versión original» del enamoramiento suele durar dos o tres años, no más. Ello no significa que se ha acabado el enamoramiento; lo que ha terminado es la forma inicial, pero no la capacidad para seguir enamorado.
¿Nos legitima esta ausencia del sentimiento original para decir «ya no estoy enamorado?» Ciertamente no, por cuanto estar enamorado es mucho más que sentir la «química» de los primeros tiempos. La frase exacta y justa debería ser: «ya no siento como al principio». El enamoramiento de verdad es mucho más profundo y duradero que la emoción inicial. El amor romántico puede seguir muchos años, pero varía en su forma de sentirse y de manifestarse igual como el cauce de un río va variando según su curso, pero sigue siendo el mismo río. Conozco muchos matrimonios que siguen enamorados después de 30 años juntos. Lo que se les ha acabado no es el amor romántico ni su capacidad para seguir enamorándose de su pareja, sino la excitante sensación de novedad y de aventura que caracteriza los primeros tiempos de una relación de amor. Es la etapa juvenil de la relación, tan agradable como pasajera. Pretender mantener esta etapa juvenil es tan ilusorio como intentar detener el paso del tiempo y sus efectos.
El amor es mucho más que enamoramiento
El segundo error cosiste en reducir el amor solo a un sentimiento. Ello da lugar a un amor amputado. Ciertamente el amor romántico es imprescindible para que funcione una relación de pareja, pero hay otras facetas esenciales del amor que son inseparables del sentimiento. Intentar separarlas es como amputar el cuerpo del amor. El amor es amistad, este compañerismo y lealtad propios de dos personas que tienen un proyecto en común y que disfrutan llevándolo a término juntos. El amor es, además entrega, dar y darse, se centra en el tú y busca enriquecer, edificar, animar, en una palabra hacer feliz a quien está conmigo. Éste es el amor en su dimensión más altruista: busca el bien del otro antes que el propio y se resume en frases como «te quiero el bien» o «daría mi vida por ti». El amor es, también, cariño, esta sensación misteriosa de vinculación al otro que nos deja un vacío profundo en su ausencia.
Por ello no podemos reducir el amor a enamoramiento. Cuando alguien dice «se me ha acabado el amor porque ya no siento nada» está limitando el campo de visión y de acción del amor de una forma insostenible. ¿Por qué decimos insostenible? Un amor amputado de sus rasgos más sustanciales es un amor que no puede durar porque no tiene soportes. En su sentido más literal es un amor «insoportable». Parafraseando al escritor Milan Kundera, podríamos hablar de la insoportable levedad del amor solo sentimiento. El amor es ciertamente una emoción a disfrutar, pero también un trabajo a desarrollar. Veámoslo.
La sustancia del amor sólido
En contraposición al «amor líquido» que depende casi exclusivamente de los sentimientos, el amor sólido se puede comparar a un edificio. Su construcción requiere tres grandes elementos que constituyen la esencia del matrimonio:
- Un buen cimiento: el amor es pacto.
- Un buen crecimiento: el amor es cercanía.
- Un buen mantenimiento: el amor es reconciliación.
Cada uno de estos aspectos se expresa, respectivamente, con un valor distintivo: la fidelidad, la intimidad y el perdón.
Un buen cimiento: el amor es pacto y se expresa con la fidelidad
Hay una roca inconmovible sobre la que se construye el edificio del amor sólido: el compromiso que nace de un pacto. Amar es mucho más que sentir. Amar es permanecer fiel a las promesas hechas. El amor se aferra a -y se sostiene sobre- una decisión; su estabilidad no puede depender de las emociones y sentimientos por naturaleza fluctuantes. El compromiso que arranca del pacto es el ancla que impide el naufragio del barco en la hora de la tormenta, la garantía de estabilidad en el conflicto y la crisis.
El pacto deviene la salvaguarda esencial de toda relación, pero en el matrimonio adquiere un significado especial porque el amor conyugal es un reflejo del amor perfecto que Dios tiene por el ser humano. A ojos de Dios el pacto del matrimonio es un pacto con mayúsculas, no un acuerdo simple entre dos personas que se puede rescindir a la ligera. El pacto siempre es caro en la doble acepción de la palabra: caro porque cuesta, requiere esfuerzo y dedicación; pero también es caro porque es «querido». Para Dios el pacto matrimonial es tan especial que romperlo llena «su altar de lágrimas, de llanto y de clamor» (Mal. 2:13).
El cumplimiento del pacto -la fidelidad- es uno de los valores más caros-queridos porque es un reflejo precioso del carácter divino. Dios es fiel. El pacto barato, por el contrario, lleva a un compromiso pobre, a una relación frágil y, eventualmente, a una ruptura fácil de la relación.
Un buen crecimiento: el amor es cercanía y se expresa con la intimidad
Una vez puesto el cimiento, el edificio debe crecer. La construcción del amor sólido requiere un material muy sensible: la intimidad. La intimidad le es a la pareja lo que el oxígeno a los pulmones. La intimidad es cercanía en todos los aspectos, es global. Busca acercarse y entrar dentro del otro en el sentido emocional tanto como en el físico. «Ser una sola carne» no es un asunto sólo de la sexualidad, sino de la empatía, es el deseo de penetrar en el interior del alma del amado y conseguir un verdadero encuentro entre dos personas, no sólo entre dos cuerpos. De hecho, la intimidad física funciona mucho mejor cuando se acompaña de esta «penetración» emocional.
La intimidad excluye las vidas paralelas –el vivir juntos, pero aparte-, la intimidad busca conocer y comprender al tú, no pretende cambiar al otro sino aceptar, entiende la diferencia como un tesoro que enriquece, no como un obstáculo que separa. La intimidad disfruta con la comunicación y la cultiva en sus diferentes facetas. La ausencia de esta intimidad global es una de las causas más frecuentes de enfriamiento del amor y puede llevar a la ruptura de la relación.
Esta cercanía, sin embargo, no viene sola, de forma automática; requiere trabajo. Sí, el amor sólido es trabajo. No debe sorprender esta idea cuando estamos describiendo el amor en términos de construcción. Hay que trabajar cada día en este camino a la cercanía porque nuestra tendencia natural es a encerrarnos en el «yo» y descuidar al «tú». La dejadez en el cultivo de la intimidad genera una sensación de rutina y de aburrimiento en la relación que suele ser el primer paso para enfriar el amor. Por el contrario, la búsqueda activa de nuevas formas de intimidad global es una aventura apasionante que mantiene a la pareja con una ilusión viva.
Un buen mantenimiento: el amor es reconciliación y se expresa con el perdón
Todo edificio debe tener un mantenimiento adecuado. Las obras de restauración permiten arreglar grietas y desperfectos cuando surgen. Lo mismo con el edificio del amor: es imprescindible tratar de forma adecuada el conflicto de manera que lleve a la reconciliación lo antes posible.
Los conflictos son normales en toda relación. De hecho, lejos de ser una señal de alarma, el conflicto puede expresar vida. Cuando dos personas no discuten nunca, quizás están tan lejos la una de la otra que no pueden chocar. Lo malo no es enfadarse, sino permanecer enfadados. De hecho, la salud de un matrimonio no se mide por lo mucho o lo poco que se pelean los cónyuges, sino por el tiempo que tardan en hacer las paces. La prontitud en la reconciliación es un síntoma de madurez en la relación. «No se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Ef. 4:26) advertía sabiamente el apóstol, es decir, no os acostéis sin haber hecho la paz.
¿Por qué es tan importante reconciliarse pronto? El enojo tiene unos efectos tóxicos que se agravan con el tiempo. Primero, se transforma en rencor; y mientras el enojo es un simple sentimiento, una reacción, el rencor es ya un resentimiento, se ha convertido en una actitud. A su vez, el rencor prolongado dará lugar a la amargura que es un estado de ánimo, es decir afecta el alma y tiene un potencial destructor enorme tanto sobre la relación como sobre la propia persona amargada. Por esta razón es tan importante apagar el conflicto cuanto antes.
El perdón es el bálsamo que nos permite transformar una herida en cicatriz. Como dijo alguien, «perdonar es la mejor manera de librarte de tus enemigos». No es fácil perdonar, pero es imprescindible para el mantenimiento de la relación. Hay que perdonar tantas veces como haga falta. Al perdonar le estamos imprimiendo al matrimonio un sello de calidad superior, el sello divino, porque «errar es humano, perdonar es divino» como decían los antiguos romanos.
Ello nos lleva de forma natural a nuestra conclusión.
Conclusión: Dios, el arquitecto por excelencia
«Yo buscaba sanidad, pero descubrí que, además, necesitaba santidad», me compartió agradecida una mujer después de un tiempo de consejería matrimonial. Esta frase, y en especial la palabra «además», vienen a resumir de forma certera el secreto último del amor sólido.
Hasta aquí nos hemos referido a los aspectos que aportan salud y sanidad al matrimonio. ¿Es suficiente con ello? No, no lo es porque la sanidad debe ir acompañada de santidad. Sanidad y santidad van juntas y se potencian, tal como nos enseña repetidas veces la Palabra de Dios. La paz es inseparable de la verdad: «He aquí yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré y les revelaré abundancia de paz y de verdad» (Jer. 33:6). En último término, la fuente del amor sólido sólo se encuentra en Dios. Por ello, el salmista nos recuerda: «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los constructores» (Sal. 127:1).
Hay una dimensión en el edificio del amor que no puede aportar ni la psicología, ni la medicina, ni ninguna ciencia humana por cuanto es sobrenatural. Nos referimos a la gracia del arquitecto supremo, Dios. Esta gracia nos hace fuertes en la debilidad y nos da la esperanza cierta de que no estamos luchando sólo con nuestras fuerzas, sino con los recursos divinos. - El Dios del pacto es quien nos capacita para la fidelidad;
- el Dios que se acercó a nosotros en Cristo es quien nos capacita para la intimidad;
- el Dios que no escatimó esfuerzos para la reconciliación es quien nos capacita para el perdón.
Sí, hay un amor que apaga cualquier amago de divorcio o ruptura. Es el amor maduro que cumple el pacto con fidelidad, que cultiva la intimidad global y que está dispuesto a perdonar siempre que haga falta. Es un amor tan sólido que «nunca deja de ser».
Pablo Martínez Vila
De este artículo están disponibles las siguientes traducciones:
Versión en inglés / English version
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